Hay fases en la vida que son más emocionantes que otras. Algunas son duraderas y otras, pasajeras. Algunas son emocionantes y otras... otras no tanto. Algunas fases son metas alcanzadas, y otras son solamente tiempos de incertidumbre. Algunas fases son resultado de nuestras decisiones, otras simplemente son golpes de la vida. Algunas fases son extraordinarias, y otras pudieran ser traumatizantes. Cada fase es diferente, cada fase tiene lo suyo, y la verdad es que todas las fases son transitorias. Cuando se cierra una puerta, otra se abre. Por eso la Biblia es clara cuando dice que «todo tiene su tiempo y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora». Así que, aprovecha bien el tiempo, disfruta cada etapa de tu vida y recuerda que todas las fases son transitorias. Que tu meta sea estar cerca de Dios en cada una de ellas.
Plenitud es sentirse completos, aún cuando todavía no es el final. Dios quiere darnos una vida abundante, y aunque en el mundo habrá aflicciones, debemos confiar porque Él ya venció el mundo.
Cuando el pueblo de Israel cambió de líder, pasaron por un tiempo de transición. Moisés dejó su posición a Josué, y Dios comenzó a dirigirse directamente a Josué. Me llama la atención que Dios le recuerda una y otra vez a Josué que debe esforzarse y ser valiente. Definitivamente Josué tenía una tarea difícil. Pero Dios estuvo con él, así como estuvo con Moisés. Muchos milagros pasaron durante su tiempo de liderazgo, y muchas victorias también. Pero una de mis escenas favoritas de esta historia es cuando Josué renueva su pacto con Dios e invita al pueblo a hacer lo mismo.
Aparentemente muchos estaban optando por desviarse del camino de Dios. Se sintieron atraídos por otros dioses y otras costumbres. Pero Josué tomó una decisión importante: «Mi familia y yo serviremos al Señor, aún si ustedes no quieren».
Antes que un ministerio fructífero fuera del hogar, debemos enfocarnos en una familia unida, saludable y sobre todo... a los pies de Dios. Y con esta base y ejemplo, Dios prospera nuestro ministerio, recordando siempre que la familia es el primer ministerio.
Hay una historia que me apasiona, y de la cual no se habla mucho. Un hombre con una carga en su corazón muy profunda, un anhelo que Dios plantó en él: Nehemías era el copero del rey de Persia cuando la muralla de Jerusalén estaba derribada. Con la ayuda del rey, Nehemías viajó para analizar la muralla y hacer un plan para restaurarla. Durante ese proceso, hubo mucha opresión. La gente de Judá se desanimaba por los insultos y amenazas de sus enemigos. Incluso los judíos eran parte de esa opresión. El ministerio de Nehemías era entonces animarlos y recordarles que «Dios pelearía por ellos». Vemos cómo Nehemías caminó en el propósito de Dios. Cumplió con su tarea, su ministerio. Y les recordó nuevamente al pueblo que el gozo de Dios realmente es lo que nos da fuerzas. En esos momentos de destrucción, hambre y cautiverio, no había mucha esperanza; sin embargo, Dios usó a Nehemías para traer consuelo, ánimo y restauración a su pueblo.
Así como Nehemías, decídete a caminar en el propósito de Dios. Podrá ser difícil y cansado, pero nada se comparará al sentimiento de satisfacción que tendrás. Sabrás que estás haciendo lo correcto, a lo que Dios te ha llamado, y donde Él te ha puesto. Tal vez no sea exactamente lo que hayas imaginado para tu vida, o lo que hayas planeado por tanto tiempo; pero sin duda será lo mejor que puedes hacer y sabrás lo que es vivir una vida plena en Dios, el autor de tu vida.
Hay ministerios que duran muchos años, como el de Moisés; pero hay ministerios más cortos, como el de Esteban. Esteban fue escogido por los apóstoles, para ayudar en los ministerios de la iglesia primitiva. No sabemos si Esteban tuvo contacto directo con Jesús o no, pero su ministerio aunque fue poderoso, también fue muy corto. En Hechos 7 encontramos un gran mensaje que predicó Esteban estando en el Concilio. Claramente hablaba inspirado por el Espíritu Santo, tanto que los demás veían su rostro como de un ángel. Mientras más hablaba, más se endurecían los corazones de aquellos que lo acusaban. Y así es como termina este capítulo, con una escena tan cruda para los que lo presenciaron, y al mismo tiempo gloriosa para Esteban. Cualquier persona, al leer este pasaje, podría asumir que Esteban tuvo un final trágico, humillante y triste. Sin embargo, para Esteban fue un momento tan glorioso, que incluso pidió. a Dios que no contara este pecado a quienes lo estaban apedreando.
Dios tiene un tiempo de inicio y un tiempo de fin para cada persona y ministerio, todo tiene un lapso de tiempo determinado, pero lo mejor de todo es que el final siempre será feliz. Es verdad, hay finales muy trágicos. Algunos finales son dolorosos, inesperados e incluso inexplicables. Pero Dios es Soberano. Él conoce todo lo que está oculto ante nuestros ojos. Dios es el único que determina el día en que una persona dará su último suspiro. Pero lo que nos da esperanza es que el final terrenal es en realidad el comienzo de una vida eterna, una vida en plenitud y gloria. Como escribió un autor desconocido: «Cuando Cristo regrese, las lágrimas, el dolor y el sufrimiento, así como la muerte, serán reemplazados por el gozo eterno de su presencia».
«Todo estará bien. La primera persona que verás será Jesús.» – Colton Burpo, El cielo es real.
Sir Thomas Browne dice que «el mundo creado es tan solo un pequeño paréntesis en la eternidad». Esta es nuestra esperanza, que las cosas viejas pasarán, y nuevos cielos nos esperan. Y ese día, cuando nos encontremos con Dios cara a cara, nada de lo que hayamos pasado en la tierra importará, solamente nuestra fe en Jesús, nuestra disposición de servirle con una vida santa, nuestro deseo de cumplir su propósito especial, aún cuando todo se derrumba a nuestro alrededor.
En Dios tenemos esperanza; en Él confiamos que después de esta vida, hay algo más. En esa promesa esperamos, en la promesa de que Cristo fue a preparar un hogar para nosotros, para que donde Él esté, también estemos nosotros. En ese lugar no habrá más llanto ni dolor, por que en su presencia hay plenitud de gozo y delicias a su diestra. Ese anhelo que tenemos de experimentar su presencia en todo su esplendor, un día se hará realidad.
Nuestro final feliz no está aquí en la Tierra, sino en un lugar donde ya nunca más sufriremos, donde no habrá hambre ni dolor, enfermedad ni muerte. Un lugar lleno de gozo y luz interminable. Ese será nuestro final perfecto, nuestra recompensa... una corona especial que nos espera, nuestro nombre escrito en ese gran libro, y Jesús mismo será nuestro guía de turismo. Por lo pronto, seguimos a la meta, vendados, restaurados y renovados, por que cuando somos débiles, entonces somos fuertes, porque si Jesús mismo padeció por nosotros, entonces nosotros haremos lo mismo. Sin embargo, esto no significa que no podremos disfrutar y alegrarnos mientras esperamos el reencuentro con nuestro Creador. Dios vino al mundo a darnos vida en abundancia. Él quiere darte una vida plena, restaurar tu pasado y darte una misión especial. Una vida plena no es igual a una vida sin dolor y sin fracasos. Una vida plena es cuando caminamos en el propósito de Dios a pesar de ello. Es poner nuestro tesoro, y nuestro corazón en el propósito que Él tiene para nuestra vida.
Ahora nos toca pensar en nuestra travesía hasta hoy, traer a la mente esos momentos hermosos donde vimos la gracia de Dios, recordar esas personas que nos lastimaron, y perdonarlas; un tiempo de pensar en nuestro dolor más grande, y cómo el Espíritu Santo nos confortó. Hoy nos toca meditar en cómo las experiencias que vivimos nos han equipado para consolar a otros. Es tiempo de seguir la carrera, sin mirar atrás.
Es tiempo de empacar nuestras maletas y seguir escribiendo nuestra historia, hasta que lleguemos a nuestro final feliz... un capítulo a la vez.
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