Un día deseé volver a ser una niña, llena de inocencia y sueños, cuando todo era diversión y el dolor más grande que experimentaba era una caída en el parque. Ese día deseé regresar el tiempo y volver a esas noches lluviosas donde podía ir confiadamente al cuarto de mis papás y dormir con ellos. Días donde el patinar en el parque de en frente era mi mayor aventura y comer dulces era todo el consuelo que necesitaba después de ir al doctor.
Ese día yo conocí el dolor, un dolor real que se siente en el pecho, ese dolor que asfixia y que no te deja respirar. Un dolor que bloquea tu mente, tu condición física y hasta tu corazón. Ese dolor que no deseas a nadie y que te indica al instante que tu vida ya no será la misma.
En la Biblia encontramos ejemplos de grandes líderes que sufrieron a niveles muy profundos y podemos ver cómo expresaron su dolor.
Job es un ejemplo de tragedia como ningún otro. Job no perdió solamente sus posesiones, sino también a sus hijos e hijas. Después de eso, su esposa decidió dejarlo y finalmente se enferma de la piel. Cuando sus amigos llegaron a la escena, le dijeron palabras que en lugar de traer consuelo, angustiaron más el corazón de Job. Así, en un mismo día, este hombre fiel y honorable pasó de ser un hombre rico y bendecido, a ser pobre, sin hogar, sin familia , sin amigos y sin posesiones. Job pasó un tiempo de duelo, tiempo de preguntas, enojo, dolor y sufrimiento. Y después de cuarenta largos capítulos vemos cómo Dios le responde. Sin embargo, su primer respuesta al dolor fue sentarse y llorar por siete días y siete noches sin parar.
En ocasiones podemos creer que es más fácil cerrar una herida al no mencionarla nunca más. Pero la realidad es que con el tiempo, era herida puede convertirse en algo más grave. Podemos sentir en ocasiones que nuestra vida avanza de tragedia en tragedia; pero aun en esos momentos difíciles Dios está de nuestro lado. Él otorgará la salida y sanará nuestro corazón, pero por ahora nos toca pasar ese trago amargo.
Por otro lado tenemos a Elías, conocido como un profeta deprimido. Tuvo grandes victorias en su ministerio, pero también sufrió grandes miedos y persecución. Él huyó por su vida y se escondió en una cueva para que nadie lo encontrara. Estaba solo, con mucha tristeza, enojo y decepción. Pero en esta historia vemos cómo Dios mismo cuidó de él. Le envió comida a través de cuervos, ángeles para animarlo y después Él mismo le mostró Su gloria. Sin embargo, igual que Job, su reacción inicial fue aislarse y desear morir.
¡Qué fácil es encerrarnos cuando las cosas no van bien! Cuando la tristeza profunda llega a nuestras vidas, es muy común que decidamos aislarnos del mundo exterior y desear ya no continuar con nuestra vida. La tristeza encapsulada lleva a la depresión, a un estado en el que difícilmente podrás recibir ayuda de alguien. Es por eso que debemos refugiarnos en Dios, clamarle y decirle todo lo que hay en nuestro corazón. Dios nos entiende, nos consuela y nos recuerda una y otra vez que nos ama. En esos momentos de soledad es cuando Dios mismo se revela a nosotros. Dios envía Su Palabra y nos anima para salir de ese estado de depresión.
Hay una mujer en la Biblia que salió de su hogar natal junto con su familia para buscar mejores oportunidades. Pero en ese intento, llegaron a un lugar donde la gente no buscaba a Dios; de hecho tenían dioses paganos y costumbres que no agradaban a Dios. Después de algunos años, esta mujer perdió a su esposo y dos hijos, quedando viuda y sin nadie que cuide de ella. Esta mujer fue Noemí, una mujer que también experimentó el sufrimiento a un nivel muy alto. Tras la muerte de su esposo y dos hijos, ella quedó desamparada y sin más familia en la cual refugiarse. Sin embargo, su nuera Rut entró en escena para ayudarla en estos momentos de tristeza profunda. El dolor de Noemí fue tan grande que incluso dañó su identidad. Después de estas tragedias, ella decidió cambiar su nombre, que significa placentera o dulce, a Mara, que significa amarga. Cuando regresó a Belén, su hogar natal, Noemí aclaró a todos que ya no quería ser llamada de la misma manera. Dios la había afligido y su nombre reflejaría esa tristeza y amargura que inundaba su ser.
Muchas veces, tras pasar por un trauma o situación difícil, nuestra identidad queda dañada. Creemos que no volveremos a sonreír o ser las mismas personas que éramos antes. La amargura y ansiedad llegan a nuestra vida para quedarse, pero en Dios hay esperanza.
«Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna.» Salmo 73:26
Tal vez pensamos que la vida en Cristo sería fácil, quizá queríamos tener una vida perfecta aquí en la tierra, libre de dolor, sufrimiento, enfermedades, duelo y soledad; pero la verdad es que siempre habrán piedras en el camino. Algunas son más grandes que otras, mas todos las experimentaremos de alguna u otra forma.
«¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío. Dios mío, mi alma está abatida en mí; me acordaré, por tanto, de ti.» Salmo 42:5-6
Quizá sentimos que nuestro sufrimiento es más grande que nuestra fuerza, pero Dios siempre viene a nuestro encuentro; Él nos da la fuerza para continuar y renueva nuestra alma y entendimiento.
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