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ESPOSA, PASTORA Y MAMÁ: Tres palabras que no funcionan muy bien juntas.

Actualizado: 23 may 2020






Hace siete años recibí mi primer nombramiento como pastora en una iglesia. Estaba recién casada, recién graduada del seminario y llegando a un país nuevo junto a mi esposo de dos semanas; Raúl Israel.

“No quiero ser pastora”, esa fue la frase que repetía una y otra vez durante mi tiempo en el Seminario, donde estudiaba Teología. Pero aparentemente Dios tenía otros planes en mente. Así que fui al Seminario por que estaba segura de una cosa: Yo quería servir a Dios, de cualquier forma... menos como pastora. Cuando le dije esta frase a mi papá, el me aconsejó sabiamente: “Si quieres servir a Dios, sea como pastora o no, necesitas estudiar y prepararte para eso.” Cuando le dije la misma frase a mi mamá, ella me dijo: “Si le das las primicias a Dios, de tu tiempo y juventud, Él te recompensará.”


Al pasar del tiempo, y de un momento a otro me convertí en pastora; aún cuando pensé que no era mi llamado, que no estaba lista para eso, o que alguien más podría hacer ese trabajo mejor que yo. Y luego, por si fuera poco, después de un tiempo descubrí que sería mamá por primera vez.

Esposa, Pastora y Mamá son tres palabras que no funcionan muy bien juntas, pensé.


Entonces, decidí tomar un “año sabático” cuando nació mi primer bebé. Pausé mi nombramiento para enfocarme en mi hermosa y pequeña Karen Berenice. Así comencé el reto más difícil que he tenido que enfrentar en mi vida: Aprender a ser mamá, sin tener a mi mamá.

Entre el nacimiento de mi hija, y el duelo por la pérdida de mi mamá y hermana mayor, llegué a pensar que ser pastora sería algo imposible en esta nueva realidad.

Así que me quedé en casa, con mi bebé recién nacida, un corazón roto y un llamado en pausa. Y mientras Dios sanaba mi corazón, renovaba mis fuerzas y avivaba mi alma, ahí estaba yo… cambiando pañales, limpiando la casa y siendo la esposa del pastor.

Aunque esa etapa fue necesaria, y muy importante para mi, siempre supe en mi corazón que Dios me llamaba para algo más; un llamado a ser una "Familia Ministerial".


Así fue como regresé al ministerio en diferentes áreas. Seguí organizando eventos de mujeres, una de mis mayores pasiones de soltera. Trabajé en la creación de materiales bíblicos para niños, realicé proyectos de alcance y evangelismo, y seguí apoyando el ministerio de mi esposo.

Pero un día en especial, todo cambió. El día en que mi Pastor Líder me llamó para suplir a un pastor en una pequeña capilla, no muy lejos de donde vivía. Sentía que todavía no estaba lista, que mi corazón seguía roto y que no tenía nada que compartir; sin mencionar el hecho de que mi inglés aún era muy básico y mis habilidades de predicación… bueno, no tenía ninguna. Pero sin pensarlo mucho, dije que sí.


Ese Domingo manejé sola a un pueblo que no conocía, entré a esa hermosa y acogedora capilla… me paré detrás del púlpito y comencé a predicar como si fuera mi último sermón. Compartí por primera vez la situación trágica que cambió mi vida, y les invité a “Hacer tesoros en el Cielo, y no en la Tierra”. “La vida es muy corta”, les dije; “Nada importa más, que estar cerca de Dios”.

Algunos lloraron al escuchar mi testimonio, yo no; al menos hasta que entré al carro para regresar a mi casa. Entonces lloré, lloré mucho. Lloré porque mi corazón seguía sanando, pero también por que en ese momento entendí que Dios quería que volviera al ministerio, ese llamado que Él me había dado desde muy pequeña.


Sin embargo, varios "contratiempos" sucedieron antes de que volviera al ministerio. Por ejemplo, la llegada de mi segundo hijo: Esdras Raúl; pero en realidad, la razón más grande siempre fue el miedo y la inseguridad que aún atrapaban mi corazón.

Esposa, Pastora y Mamá son palabras que, para mí, no funcionaban muy bien juntas.


Fue entonces que recordé a la mujer que más impacto ha hecho en mi vida; mi mamá. Ella logró que esas tres palabras no solamente funcionaran bien, sino que fueran una combinación perfecta. Ella desde joven predicaba con pasión, enseñaba de corazón, visitaba a los enfermos y necesitados, aconsejaba con una ternura especial; y todo esto lo logró mientras dejaba un ejemplo impecable de esposa y mamá. Comprendí que Dios quería que yo siguiera con su legado, junto con el legado de mi hermana; una mujer llena de fuerza, de gozo y bondad; una mujer de visión y valentía en todo lo que emprendía.


Pasaron los años, y durante mi tercer embarazo sufrí algunas complicaciones. Estuve en reposo por algunos meses, sin poder hacer nada; aunque quisiera. En esa desesperación de sentirme inútil, fue que Dios me dijo claramente: “Así te sentirás siempre, si no obedeces mi llamado”. Dios me permitió esos meses de “Estar quieta y conocer que Él es Dios”, pero la verdad es que me estaba dando tiempo de descansar, antes de darme una oportunidad más, que ya no iba a rechazar… el ser pastora.


Tenía siete meses de embarazo cuando recibí mi segundo nombramiento como pastora. Al llegar a una nueva iglesia logré predicar algunos sermones antes de que naciera mi tercer bebé. Pero un Domingo, mientras Raúl ya estaba en el carro listo para irse a su Iglesia, y yo me preparaba para bañarme, arreglar a los niños, darles de desayunar y salir a predicar un sermón más, terminamos yendo al hospital. Esa mañana, a la misma hora que debía estar predicando, Dios me bendijo con mi tercer hijo: Shalem Israel.


Hoy, mi oficina está llena de juguetes, libros de colorear y artículos de bebé. Junto a mi Biblia siempre hay pañales y toallitas húmedas, “por si acaso”. Y mientras predico sonrío al ver a Shalem en los brazos de alguien en la última banca. Otras veces mi mente se escapa al pensar en Bere, cantando en el coro de la Iglesia de su papá. También imagino a Esdras corriendo y jugando en el salón de niños.

Hoy, hago llamadas mientras cocino la cena, preparo sermones mientras arrullo al bebé, y voy a juntas con niños a mi lado; coloreando un sin fin de dibujos.

Así es la vida de una Esposa, Pastora y Mamá; esas tres palabras que no funcionan muy bien juntas. ¡Que equivocada estaba!


Ahora, tengo el privilegio de visitar a muchas personas junto con Bere; siempre sonriendo y ayudándome a compartir la Santa Cena. Puedo ver a Esdras desde el frente, sonriéndome durante el sermón de niños. Puedo arrullar a Shalem durante el tiempo de los saludos y dejarlo dormido antes de que empiece mi sermón. Puedo apoyar a Raúl en su ministerio y recibir su ayuda en el mío. Puedo servir a Dios con todo mi corazón y cumplir ese llamado especial, mientras mis hijos aprenden que Él es nuestro número Uno.

Puedo pasar tiempo con mi familia y cumplir con mi ministerio al mismo tiempo. Por que de eso se trata el ministerio; de empezar por la familia.

Hoy puedo ser Esposa, Pastora y Mamá al mismo tiempo.

Por que esas tres palabras sí funcionan muy bien juntas.

Esposa, Pastora y Mamá; una combinación especial que Dios le dio a ciertas mujeres en este mundo.

En honor a todas las pastoras que predican con su voz, con su ejemplo, y de todo corazón.

Karen Arlene

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