Dice la Biblia que por la noche dura el llanto, pero en la mañana llega la alegría. Y bueno, durante la noche es cuando no podemos ver con claridad, donde hay lágrimas y dolor. Ahí, en medio de la obscuridad es donde la fe es lo único que nos sostiene, donde andamos por fe, y no por vista. En medio de la oscuridad es donde la luz de Dios resplandece y poco a poco comienza a amanecer.
Cuando nos topamos con piedras en el camino, siempre hay alguien dispuesto a ayudarnos, un consolador y amigo: Dios mismo. En medio de esas noches interminables donde llorar es la única manera de expresarnos y el dolor nos sofoca, Dios viene y nos cubre con su amor.
«Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación.» 2 Corintios 1:5
Jeremías, conocido como el profeta llorón, tuvo la tarea de profetizar al pueblo de Dios. Su mensaje era acerca de las calamidades que vendrían por su desobediencia. Jeremías se conmovía con cada profecía que hablaba y sufría con el pueblo, incluso lloraba mientras daba su mensaje. Pero en medio de esas lamentaciones, Dios le dio un mensaje de esperanza para todos. Después de tantos capítulos de palabras ásperas y de castigo, vemos como Dios promete consuelo y gozo en lugar de duelo y alegría en vez de dolor. Dios es fiel y cumple sus promesas.
Podría parecer que la angustia nunca terminará, pero en Dios hay esperanza, un futuro de bien. A veces los procesos no son placenteros, el tiempo de espera es angustiante, y simplemente no vemos esa luz al final del túnel. Pero podemos confiar en que Dios es siempre Bueno y Fiel. Dios cumple sus promesas. Dios es el único que puede transformar el llanto en alegría, traer restauración y escribir una nueva historia sobre aquella que ha sido pisoteada o dañada. Dios es nuestro Consolador. Él no solo nos saca del dolor, sino que nos llena de gozo nuevamente.
Ana tenía el corazón roto, estaba humillada, avergonzada y con una tristeza profunda. Ana anhelaba tener hijos, pero no podía conseguirlo. Aparte de esa carga en su corazón, su rival la menospreciaba y atormentaba constantemente por que ella sí podía tener hijos. En respuesta a esas constantes agresiones emocionales, Ana perdió el apetito y dejó de disfrutar los eventos importantes. Pero Ana quería tanto un hijo, que un día se armó de valor y desesperada corrió al templo para orar. La Biblia dice que oró a Jehová con amargura de alma, y lloró abundantemente. Pero lo hermoso de esta historia es que Ana recibió el consuelo de Dios cuando parecía que nadie más la comprendía. Su esposo no entendía la razón de su tristeza, y el sacerdote asumió que había tomado vino al derramar su corazón ante Dios. Pero finalmente, la tristeza de Ana fue escuchada y atendida por Dios mismo. Ana no tuvo que convencer a su esposo, o al sacerdote de todo lo que había en su corazón. Dios sabía exactamente lo que sentía, y lo que ella necesitaba. Cuando Ana recibió esa bendición tan anhelada, ella cumplió su promesa a Dios y cantó con gran gozo por la inigualable grandeza de su Dios.
En momentos de tristeza y desesperación podemos estar tranquilos, sabiendo que Dios atiende nuestra angustia. Él nos escucha y se interesa por nuestro dolor, aún si nadie más puede comprendernos.
La historia de Noemí es muy devastadora, pero la historia de esta mujer no termina en ese duelo y tristeza profunda en la que se encontraba. Dios cuidó de ella a través de su nuera Rut, quien con gran esfuerzo y obediencia suplió lo necesario para ambas. Rut encontró descanso en Dios y asimismo lo compartió con su suegra Noemí. Cuando Rut se casó con Booz, Dios les concedió la dicha de ser padres, y así es como nació Obed. Este bebé trajo gozo y consuelo a su abuela Noemí, quien felizmente se encargó de cuidarlo y amarlo.
Las personas que habían conocido la vida dolorosa de Noemí, vieron cómo Obed renovó su vida. Dios no la dejó sin un redentor, no la dejó desamparada o sin descendencia. Dios mismo le concedió este hermoso regalo de felicidad, después de tantos años de duelo.
¿Recuerdas cómo en la primera parte de esta historia, Noemí hasta se cambió el nombre? Ella estaba decidida a vivir en amargura y no disfrutar más la vida; pero Dios cambió por completo esa amargura, dándole un regalo de felicidad.
En ocasiones podemos llegar a pensar que nuestras heridas nunca van a sanar, que nuestra vida no va a mejorar, que la amargura reinará en nuestros corazones por siempre. Pero Dios viene a cambiar todo eso. Él viene a darnos gozo en vez de cenizas, y baile en lugar de llanto. Solo tenemos que estar quietos, esperar en Él, y su mano sanadora nos renovará, confortará, y fortalecerá.
Es verdad que en medio del desierto descubrimos lecciones muy valiosas de parte de Dios. Es ahí donde experimentamos su presencia, donde escuchamos su voz y sentimos Su mano. Es en esos momentos donde aprendemos lecciones que cambiarán el rumbo de nuestra vida.
«Dios nos permite experimentar los puntos bajos de la vida para enseñarnos lecciones que no podríamos aprender de otra manera.» C. S. Lewis
No hay forma de extinguir el dolor para siempre o borrar de nuestra mente lo que ha pasado. Pero reconocer la soberanía de Dios es clave para así enfocarnos en lo que no se ve, lo que es eterno.
Que el Dios de toda consolación siga sanando y restaurando cada corazón que hoy está en duelo. Que el Espíritu Santo traiga un manto de alegría y óleo en lugar de cenizas. Que Dios convierta esa situación negativa y triste en una oportunidad para que su nombre sea exaltado y podamos conocerle más cerca que nunca. Que el Espíritu Santo sea tu Consolador en cada noche de angustia, y que un manto de alegría te cubra.
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